XI Feria de Platos de Voluntarios sin Fronteras


La Asociación Civil Voluntarios Sin Fronteras (VSF), una organización sin fines de lucro que fomenta el intercambio entre voluntarios y ONGs de diferentes países, realizará la XI Feria Internacional de Platos el 3 de septiembre a las 21.45 hs. en Maure 3955.


Se trata de un evento típico de la institución, por medio del cual, además de recaudar fondos para el mantenimiento de los proyectos sociales, se promueve la alianza y el contacto entre voluntarios, organizaciones y personas interesadas en conocer más a fondo esta manera de actuar.

Al igual que en las ediciones anteriores, los voluntarios de VSF prepararán platos típicos de sus países de origen para que los concurrentes puedan degustar delicias internacionales mientras comparten un agradable espacio de distensión, pero sin dejar de lado el compromiso solidario.


La Feria de Platos es una actividad a beneficio y la entrada cuesta $ 25, aunque se puede adquirir de forma anticipada a $ 22 (solicitándola por teléfono o mail). El pago de la entrada habilita a degustar varios platos internacionales, pizza libre y una bebida.


Voluntarios Sin Fronteras es una asociación civil que comenzó a funcionar en octubre de 2005. Desde entonces, fomenta el intercambio de voluntarios entre países, Organizaciones de la Sociedad Civil y Empresas con proyectos de Responsabilidad Social a través de viajes, eventos y el desarrollo de proyectos sociales locales junto a otras entidades.


Contacto:

Voluntarios Sin Fronteras

4373-0509

Viamonte 1355 2 "E" - Ciudad Autónoma de Buenos Aires

info@voluntariossf.org.ar

www.voluntariossf.org.ar

Presentación del libro "Etnicidad, inmigración y política"


Etnicidad, inmigración y política se ocupa de describir y de analizar cómo las numerosas organizaciones de paraguayos en Argentina (y, con mayor precisión, en Buenos Aires) han luchado, desde su mismo origen y mediante diversas prácticas, contra las formas de subalternización que los estados de origen y destino han proyectado sobre una parte de la población que, como resultado de ello, quedó emplazada y clasificada bajo la categoría de inmigrantes o emigrantes económicos.


Los motivos y algunas certidumbres lo justifican: un motivo es el escasísimo material específico que ha ameritado el tema dentro del universo de las publicaciones académicas; otro, la atención distorsiva que ha merecido de parte de los medios de comunicación, que (en línea con las políticas de Estado a ambos lados de la frontera) han terminado por favorecer la propagación de una cantidad de prejuicios fuertemente discriminatorios.


Las certezas son tres: la primera, que la estigmatización referida exige con urgencia intervenciones que cuestionen los saberes comunes que la soportan y los marcos legales en los que se apoyan; la segunda, que, para que sea eficaz, la denuncia debe dar cuenta metódicamente de la dimensión histórica del proceso; la última (que, a diferencia de las otras, llegó al encuentro del autor durante la investigación) que los sujetos reales que habitan detrás de las categorías aglutinantes propias y ajenas merecen, como cualquier otro, una segunda oportunidad.


El autor, Gerardo Halpern, es investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Posee el título de Doctor de la Universidad de Buenos Aires, en el Instituto de Antropología Social de la Facultad de Filosofía y Letras.


Además de ser Licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA , es docente en esa carrera y ha dictado cursos de grado y postrado en diferentes universidades.


Actualmente dirige une quipo de trabajo en el marco de los Proyectos de Investigación UBACyT sobre discriminación, desigualdad, medios de comunicación e inmigración. Sobre estos temas ha publicado varios trabajos en la Argentina y en algunos países de América Latina. A la vez, ha participado de diversos congresos nacionales e internacionales.



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Maratón por la Donación Voluntaria de Sangre

“Está difundida la visión de la planificación tradicional y autoritaria, y es nuestra responsabilidad que vaya cambiando poco a poco”

En clara oposición al Modelo de Planificación Tradicional predominante en la década del 60 Mario Robirosa desarrolló una Metodología de Gestión Social Planificada de Proyectos que predica la instauración de una participación concreta y real en la que las personas, a través de sus acciones, ejerzan poder en el proceso de planificación, en contraposición a una participación simbólica a través de la cual no se realiza una verdadera influencia en el proceso, lo que genera la ilusión de practicar un poder inexistente. En este contexto, la participación real es un aprendizaje que el planificador, en tanto orientador y guía, debe propiciar y fomentar.


Mario Robirosa descubrió su vocación de planificador al cursar unas clases de sociología urbana mientras estudiaba arquitectura y, al finalizar esa carrera, se volcó de lleno a la práctica sociológica al ingresar como investigador en el Instituto Gino Germani. Posteriormente estudió en Francia y obtuvo un doctorado en Estados Unidos.


Asimismo, dictó talleres en varios países sobre la Metodología de Gestión Social Planificada y, después de la última dictadura militar, monitoreó trabajos de campo en Argentina. Institucionalmente estuvo en el Instituto Di Tella, en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en UNESCO y en el Ministerio de Desarrollo Social, entre otras destacadas entidades.


Actualmente se encuentra abocado a la capacitación. Integra el equipo docente del Posgrado en Organizaciones sin Fines de Lucro en la Universidad de San Andrés, y da clases en el programa interdisciplinario de Planificación Regional Urbana de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad Católica.


¿Cuál es el mayor problema que debe afrontar la planificación actualmente?


La planificación todavía tiene mala prensa en el área social porque se la considera una actividad técnica, donde los que saben son los que tienen que hacer las cosas. Este prejuicio es generado por la planificación tradicional, que nunca sirvió para gran cosa ya que sus planes fracasaban y los proyectos no se concretaban en la práctica. Sin embargo, desde entonces se ha modificado el modelo de planificación ya que ahora hablamos de gestionar un proceso, no de hacerlo.


¿En que se diferencian estas concepciones?


Gestionar un proceso implica tener objetivos direccionales cualitativos de qué cambios queremos producir. En vez de verlo como una actividad que produce planes y un proyecto-documento, se centra en hacer cosas en la dirección de lo que se quiere. Por supuesto, cuanto más concretos sean los objetivos y las metas, más fácil resultará la evaluación de los resultados. Por eso es importante tener en claro qué es lo que se quiere conseguir en un plazo determinado. De esta manera, la racionalidad que implica la planificación se centra en la gestión, lo que implica guiar un proceso.


¿Cambia también la posición del planificador?


Claro, porque el hacer lo más racional posible un proceso involucra no sólo a los técnicos sino también a todos los actores intervinientes. Los planificadores no tenemos todas las capacidades de acción ni todos los conocimientos, entonces hay que tratar de ganar las voluntades de los que tienen efectivamente algunos de estos recursos para articularlos en la gestión.


¿En qué consiste esa articulación?


Implica un trabajo de toma de decisiones en un grupo de actores diferentes. En la gestión deben intervenir los distintos actores porque, si no, no se construye el compromiso. Cada actor tiene participar lo más tempranamente posible para poder convencerse de la importancia de su aporte pero también para comprometerse con la contribución de su recurso en tiempo y forma para que el proyecto avance.


¿Qué lugar ocupa el destinatario en la gestión?


En este contexto, el destinatario debe ser considerado como un actor crítico ya que de él depende que el proyecto siga adelante y que sea aprovechado. Hay proyectos que fracasaron por no tener en cuenta los reclamos de este actor esencial. El destinatario es un actor crítico porque puede oponerse al proyecto si no le gusta, y ese es un poder enorme para que el proceso salga bien. De esta manera, en la articulación intervienen saberes diferentes. Cambió la idea de la racionalidad, que era una racionalidad científica, de saberes que se enseñaban en la universidad. Ahora la racionalidad consiste en el intercambio de conocimientos que no sólo son académicos. Cada actor aporta saberes diferentes y son válidos todos.


En el momento de la planificación, ¿cómo se articulan esos saberes?


Necesitamos juntar cabezas para tratar de mejorar nuestra visión, nuestra percepción y nuestra comprensión de lo que estamos haciendo y gestionando. El técnico deba bajarse del pedestal. Hay que abrir canales de comunicación para que los actores dialoguen y, de este modo, encuentren lo que cada uno puede aportar. Una de las fallas que tuvo la planificación en la década del 70 es que se borraba al profesional y se creía que el destinatario siempre tenía razón. Esto no es así porque todos somos influenciables por discursos contrarios a nuestros intereses.


¿Cuál es la actitud de los actores al ser convocados?


Está difundida la visión de la planificación tradicional y autoritaria, y es nuestra responsabilidad que vaya cambiando poco a poco. Uno de los problemas es la mala difusión y comunicación de los programas sociales participativos. Además, la comunicación con los políticos tampoco es buena. Hablan de participación pero, al momento de implementarla, deciden dejarla de lado. Otro problema es que se descansa en el saber del técnico. Sin embargo, los planificadores debemos despegarnos de ese rol ya que, además de opinión académica, tenemos que aportar conocimientos que tienen que ver con la vida y los valores.


¿Cuáles deberían ser los aportes fundamentales de un planificador?


Hay que ser capaz de proponer metodologías y adaptarse a la situación. Hay que saber manejar dinámicas de grupos, comunicar, transferir información, capacitar y ser capacitado por los otros. Hay que traducir y facilitar la comunicación entre los miembros del grupo. Y además, el planificador tiene que lograr el máximo de democratización posible en la toma de decisiones ya que los actores tienen intereses, recursos, capacidades y poderes diferentes. La actividad pasó de ser técnica a ser una actividad político-técnica.


Los planificadores, ¿suelen trabajar con esta visión?


Cada vez hay más conciencia sobre esto, pero depende mucho del sector. El paradigma está cambiando y, aparentemente, va en esta dirección, pero todavía está la inercia de lo que se hace y se piensa de antes. Estamos en un momento de transición, de evaluación de éxitos y de fracasos. Lo importante es que seamos cada vez más críticos para buscar lo mejor.


¿Qué hay que hacer para cambiar este paradigma?


Es un trabajo cultural que debe que encararse en todos los medios y sectores. Tiene que ver con una verdadera democratización. No hay una metodología única a seguir. Sabemos algunas cosas, sabemos qué cosas funcionan y cuáles no, sabemos las preguntas que nos tenemos que hacer en cada situación y conocemos también algunas respuestas. Hay que construir sobre esto porque el cambio cultural es un camino muy largo que tiene que empezarse desde temprano, desde la educación de la escuela primaria.


El papel del Estado en la planificación, ¿cuál debería ser?


El Estado no puede planificar procesos participativos. Puede gestionar a nivel de representantes políticos. Participación no es lo mismo que sistemas articulados de representantes. El Estado tiene que dar grandes lineamientos direccionales pero que permitan su adaptación a nivel local. Los programas estatales han tenido el defecto de ser demasiado detallados, pero así no se resuelven las cosas. No siempre sirve la dirección y la definición vertical para solucionar problemas concretos de realidades específicas. El Estado debería funcionar de forma más descentralizada para llegar a cambios en los marcos de relaciones interpersonales, interfamiliares, comunitarias. Los niveles más altos del Estado tienen que dar apoyo y recursos, además de hacer un seguimiento y monitoreo de lo que está pasando pero, en lugar de ser ejecutores, deberían aceptar la ejecución delineada a nivel local.


¿Qué opina sobre la relación del Estado con el Tercer Sector?


El Estado Nacional no sabe relacionarse con instituciones sociales de base. Sin embargo, no es lo que ocurre a nivel local, ya que en muchos casos las asociaciones civiles se manejan perfectamente con los Municipios. Es la “contra ola” a la democracia formal que vivimos, que está planteando que hay una democracia participativa que debe tener su capacidad de acción. Las asociaciones civiles, por su parte, les tienen alergia a los políticos y, sin embargo, desarrollan tareas políticas y militantes.



Turbulencia y planificación social


Mario Robirosa es uno de los autores de Turbulencia y planificación social, un libro editado en 1990 que se agotó en un año. En él, los autores plantean un cambio total de la noción de planificación. El éxito de esta publicación de Siglo XXI de España y UNICEF motivó su reedición al año siguiente. Fue texto obligatorio en todas las carreras de Trabajo Social del país y partes del texto, actualmente imposible de conseguir, integran desde hace años la bibliografía obligatoria de no pocas cátedras de varias carreras universitarias.


Los autores afirman que, en un mundo que tiende a globalizarse, el Estado no es necesariamente el actor social más fuerte en muchos escenarios ni tiene los recursos disponibles para intervenir por sí solo. Además, el modelo neoliberal es reacio a planificar excepto en lo estrictamente económico. Esto impide el tratamiento planificado integral de situaciones complejas. Hoy, el Estado debe compartir la tarea de planificar con otros actores sociales, y promover y facilitar la participación generando espacios de articulación, negociación y concertación. De esta manera, el paradigma tradicional de planificación según el cual la responsabilidad era exclusiva del Estado, debe cambiarse por un paradigma de la gestión social planificada, multisectorial y participativa, en el que la planificación se desarrolla en escenarios de negociación y concertación. Estos espacios se caracterizan por focalizar en una temática pero sin dejar de considerar las relaciones con lo excluido, en ellos están representados todos los actores significativos (lo que garantiza la legitimidad de la representación y participación) y se tiene en cuenta las relaciones de poder y la conducción democrática.


Asimismo, como en cada escenario social actúan en diferentes direcciones distintos actores con variedad de intereses y grados de poder, y se establecen cambiantes estrategias y alianzas que se redefinen a través del tiempo, el planificador, en lugar de buscar ordenar racionalmente los procesos de la realidad o sus resultados, debe ser capaz de mantener en cada momento alguna direccionalidad deseada en medio de la turbulencia. De esta manera, la metodología de Gestión Social Planificada de Proyectos permite actuar en medio de la turbulencia sin perder la direccionalidad en vista el mediano y largo plazo. Conviven el Estado en tanto agente activo que define los contenidos de las políticas públicas que se operacionalizan en líneas de programas y proyectos, dejando un margen decisorio e interpretativo a los sectores intermedios, y el Técnico, para coordinar agentes e instituciones y facilitar las articulaciones entre los diferentes actores involucrados.


Para propiciar la negociación y concertación hay que establecer canales de comunicación. A través del intercambio de información es posible empezar a construir un consenso y, además, se propicia la participación de los actores intervinientes. De esta forma, las personas que cooperan en la elaboración de las decisiones se muestran más interesadas y envueltas en su ejecución, las decisiones y los programas se enriquecen por la información, el conocimiento y la experiencia de muchas personas, aumenta la probabilidad de correspondencia con las necesidades reales y los participantes amplían sus conocimientos y perfeccionan su competencia.


Con la construcción de este Espacio de Articulación Multiactoral se intenta descentralizar y democratizar las decisiones y se busca que las personas que lo integran participen de una manera activa. En este sentido, son los mismos actores los que aportan sus miradas y opiniones sobre uno o varios temas previamente consensuados.


Esta filosofía implica discutir los problemas y su jerarquización entre todos para confeccionar un Modelo de Procesos Integrados estableciendo los puntos críticos que es necesario atacar. Deciden el “qué hacer” y, sobre esa decisión se basará la futura organización y armado del proyecto que realizará el planificador.


Las metodologías posibles de utilizar en los procesos de planificación no son ideológicamente neutrales. Adoptar el Espacio de Articulación Multiactoral significa, por lo tanto, pensar en los otros en tanto sujetos activos con los cuales es posible negociar y consensuar para tratar de solucionar, juntos, los problemas que entre todos encontraron. Posibilita, además, una constante reflexión, evaluación y aprendizaje grupal, y es un proceso compartido y crecientemente democrático de toma de decisiones.